24 de octubre de 2014

Donatien de Sade, el divino marqués


Uno de los personajes con los que me tropecé mientras me documentaba para escribir El juego de la inocencia fue el marqués de Sade. Un hombre singular y a la vez muy representativo de su época con una vida que da, no ya para una, sino para varias novelas.

 
Donatien Alphonse François de Sade nació en París en el año 1740, hijo único, su madre era dama de compañía de la princesa de Condé y su padre ejercía la diplomacia al servicio del príncipe elector de Colonia. Los frecuentes viajes de sus padres hicieron que su educación quedase confiada a los jesuitas. Con ellos aprendió música, danza, filosofía, escultura y se aficionó a la literatura y el teatro. A los catorce años ingresó en la academia militar y a los diecisiete ya era capitán de caballería y había participado en batallas navales y luchado en el frente de Prusia. Al finalizar la guerra de los Siete Años, Donatien es licenciado y su padre le insta a que contraiga matrimonio. Tiene veintitrés años y se resiste alegando su deseo de casarse por amor, pero finalmente cede a los deseos de su padre y desposa a Renee Cordier. Sade conoció a su esposa con motivo de la firma del contrato nupcial y dos días después se celebró la boda.

A partir de ahí es cuando comienzan los problemas: episodios de libertinaje, amoríos con actrices, citas con prostitutas… Su agitada vida hace que Sade ocupe un lugar de preeminencia en los informes que Marais pasaba periódicamente a Louis XVI sobre los entretenimientos más íntimos de la nobleza. Un incidente relacionado con un misterioso manuscrito (posiblemente demasiado revelador en cuanto a la naturaleza de sus inclinaciones) hace que sea arrestado por orden del rey y es su esposa quien tiene que acudir al rescate, a pesar de que por aquella época y según sus cartas, Sade seguía añorando una boda por amor:


“Los días, que en un matrimonio por conveniencia sólo traen consigo espinas, hubieran dejado que se abrieran rosas de primavera. Cómo hubiese recogido esos días que ahora aborrezco. De la mano de la felicidad se hubieran desvanecido demasiado deprisa. Los años más largos de mi vida no tendrían suficiente para ponderar mi amor. En veneración continua me arrodillaría a los pies de mi mujer y las cadenas de la obligación, siempre recubiertas de amor, habrían significado para mi corazón arrebatado sólo grados de felicidad. ¡Vana ilusión! ¡Sueño demasiado sublime!” 
 

Ilustración de Aline y Valcour, su 
primera novela, publicada en 1793.
En 1767, a los veintiocho años, se produce el primer asunto grave. Una mujer le acusa de haberla flagelado y maltratado gravemente. El suceso es confuso y se aprecian contradicciones en el testimonio de la mujer, pero la noticia corre como la pólvora y Sade es señalado como la viva encarnación del aristócrata depravado y disoluto que se ampara en su posición para actuar con total impunidad aunque, en el caso del marqués, la impunidad no fue tal, ya que fue condenado a siete meses de prisión.

Tras su liberación, Sade decide montar una compañía profesional de teatro con la que recorre Francia. Una vida bohemia y aventurera que se ve truncada por un nuevo escándalo. En Marsella, en el verano de 1772, organiza una orgía con varias prostitutas y dos de ellas acaban intoxicadas, probablemente por el consumo de alguna droga empleada como afrodisiaco. Las muchachas se recuperan, pero Sade es acusado de envenenamiento y sodomía y se le condena a muerte en ausencia, ya que fue lo bastante rápido como para huir a Italia antes de que se produjese su detención.
Y estos son los hechos más graves contrastados de los que se puede acusar a Sade, seguramente practicó (o intentó practicar) muchos más, pero a partir de entonces las ocasiones de ejecutarlos se complican notablemente. A instancias de su suegra (su más encarnizada enemiga) Sade es encarcelado en el castillo de Miolans, de allí conseguirá escapar con ayuda de su esposa (su más leal defensora) y permanecerá huido hasta su regreso a París para visitar a su madre agonizante. En cuanto su suegra se entera, no duda en hacerle apresar.


“De todos los medios posibles que la venganza y la crueldad podían elegir, convenid, Madame, en que habéis elegido el más horrible de todos. Fui a París para recoger los últimos suspiros de mi madre; no llevaba otro propósito que verla y besarla por última vez, si aún existía, o llorarla, si ya había dejado de existir. ¡Y ese momento fue el que usted escogió para hacer de mí, una vez más, su víctima…”


Los 120 días de Sodoma, un rollo de doce metros 
de longitud escrito por Sade por ambas caras 
durante su confinamiento en La Bastilla
Su esposa siguió luchando por él y consiguió que la causa de Marsella se anulase pero fue en vano. Sade permanecería encarcelado. Ya no saldría en libertad hasta catorce años después tras el triunfo de la Revolución.
Es larga e intensa de contar la vida de Sade. Tras su liberación probó fortuna en la política, los vaivenes del periodo revolucionario hicieron que volviera a ser recluido y condenado a la guillotina durante el Terror. Un nuevo cambio de gobierno lo salvó y más viejo, arruinado, obeso y con graves dificultades de movilidad trató de ganarse la vida con sus escritos. Para entonces era muy popular y sus novelas muy solicitadas. A pesar de estar prohibidas se imprimían y vendían clandestinamente. Pero la indignación que provocaban entre las mentes bien pensantes hace que se vea acusado de infamia y libelo y que se le encierre sin juicio en una institución mental diagnosticado de demencia libertina. 

Pasó por varios lugares infectos hasta que fue trasladado a Charenton y acogido por el abate Coulmier, que haría más leves sus últimos años, aligerando las condiciones de su encierro y alentando las representaciones teatrales que ponía en pie con la ayuda de otros internos. Debían de ser dignas de ver aquellas obras interpretadas por locos y dirigidas por el marqués…


En total fueron más de treinta años de reclusión forzosa para alguien cuyo principal delito fue escribir. Escribir sin pausa y sin medida. La cárcel no impidió nunca que Sade continuase escribiendo sus delirios por penosas que fueran las circunstancias. Aberraciones y excesos, torturas que no ejecutaba sino que más bien se parecerían a las que él mismo sufría, desvaríos de una mente enfermiza que llenaba sus horas vacías con extravíos: Justine o los infortunios de la virtud, La filosofía del tocador, Las ciento veinte jornadas de Sodoma, Aline y Valcour...


Desde luego sus obras no son lecturas ligeras. Es complicado decidir si es peor soportar sus fantasías atroces, desmesuradas e imposibles, o sus diatribas contra la iglesia y la religión, o los sofismas en los que se burla de la bondad y defiende el egocentrismo más radical: el hombre solo debe buscar su propia felicidad e ignorar en su propósito cualquier otra consideración. Es cierto que a veces lo atempera con un humor negro muy de agradecer y que además, después de sufrir las más horribles torturas, sus víctimas pueden sentarse a razonar sobre filosofía con sus maltratadores y entre los dos llegar a amigables y muy sensatas disquisiciones. ¿Quién dijo que Sade pretendiese ser realista?


“El triunfo de la Virtud sobre el vicio, la recompensa del Bien y el castigo del Mal son la base frecuente del desarrollo de las obras de este género. ¿No deberíamos estar hartos ya de este esquema? Pero presentar al Vicio siempre triunfante y a la Virtud víctima de sus propios sacrificios [...] En una palabra, arriesgarme a describir las escenas más atrevidas y las situaciones más extraordinarias, a exponer las afirmaciones más aterradoras y a dar las pinceladas más enérgicas...”



Grabado de Goya de la serie Los caprichos. 1799
Era sin duda un provocador nato, un polemista, un último exponente de un sistema agonizante, un precursor del excentricismo surrealista que le rescató del olvido. Un verdugo, una víctima. Un hombre obsesionado por volcar en el papel sus delirantes pesadillas. Si tenéis curiosidad por su figura os recomiendo que le echéis un ojo a la película Quills, libremente inspirada en su estancia en el manicomio de Charenton, con el gran Geoffrey Rush en el papel de Sade, Joaquin Phoenix como el abate Coulmier y Kate Winslet como objeto de deseo de ambos. No es ni mucho menos biográfica, sin embargo creo que recoge muy bien esa pasión, esa pulsión, la necesidad de escribir a toda costa y también los peligros que puede encerrar algo tan aparentemente inocente como es transcribir en un papel los sueños y los extravíos de la razón.


Unos sueños y una razón que, como dijo otro célebre contemporáneo, pueden producir monstruos.

 Este mismo artículo también podéis encontrarlo en el El Rincón de la Novela Romántica

No hay comentarios:

Publicar un comentario